Las investigaciones de Lombroso
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Al dejar el ejército, vivió de su magro sueldo de profesor universitario de medicina legal y de su trabajo en hospitales psiquiátricos. En 1870, investigaban las diferencias anatómicas que podían existir entre los criminales y los locos, cuando “una mañana nublada de diciembre”, realizó la autopsia de un bandido llamado Vilella.
Este médico de baja estatura, abultado abdomen, eterno traje gris, largos bigotes, mentón barbado y lentes redondos, tuvo una inspiración. Vio signos primitivos en su anatomía, como si no hubiese evolucionado: enormes mandíbulas, pómulos pronunciados, los arcos superciliares prominentes, las líneas de las manos separadas, el gran tamaño de las órbitas y las orejas en forma de asa que se observan en los criminales, los salvajes y los monos.
Especialmente, halló en la parte posterior del cráneo de Vilella una pequeña cresta, como la de los pájaros, que interpretó como signo de primitivismo. El argumento que implicaba esta inspiración se desarrolló en su mente. Sostuvo que había una especie de hombre distinta a la del moderno y normal, una raza aparte de tipo delincuente, un ser que no completó su evolución y que era cercano al animal. Como un mono en un bazar, la conducta natural de ese ser entre la gente civilizada es el delito.
Para el médico italiano, esa naturaleza criminal era innata, es decir hereditaria. Esto era tan cristalino como los efectos para el Derecho: se debía estudiar al delincuente, no al delito. Seis años después de analizar el cráneo de Vilella, Lombroso publicó su famoso libro “El hombre delincuente”. |
Lombroso creía que había características físicas típicas para un delincuente :
El libro de Lombroso tuvo cinco ediciones y en ellas advirtió que se podía identificar a los criminales natos porque su aspecto simiesco se traduce en estigmas corporales.
Por ejemplo, mayor espesor del cráneo, mandíbulas grandes, frente baja y estrecha, nariz afilada como el pico de las aves rapaces, cejas pobladas, protuberancia en la parte superior de la oreja, grandes dientes caninos y paladar achatado como las ratas, arrugas precoces, poca sensibilidad al dolor, incapacidad de sentir vergüenza.
Y agregó rasgos sociales como hablar en jerga y tatuarse.
La obra fue un éxito formidable en todo el mundo. En la Argentina, tuvo muchos seguidores, los mismos que en 1914 vieron en “el Petiso Orejudo”, un joven anormal, al exponente genuino y porteño de hombre lombrosiano. Hasta inspiró una palabra del lunfardo: manyamiento, que significa identificar a las personas por su aspecto, resabios que aún quedan en el llamado “olfato policial”. |
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Antropomorfismo, prostitutas y monos
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Por lógica, si Lombroso decía que su hombre delincuente era como un animal pero los animales son buenos, su teoría fallaba. ¿Qué hizo? Dedico la primera parte de su libro “El Hombre Delincuente” a la más ridícula muestra de antropomorfismo de que se tenga noticia, es decir a analizar la conducta criminal de los animales.
Citó el de una hormiga cuya furia asesina la impulsa a matar y despedazar al pulgón; el de una cigüeña que, junto con su amante, asesina a su marido; el de unos castores que se asocian (en banda) para matar a otro solitario; el de una hormiga macho que no tiene acceso a las hembras reproductoras y viola a una obrera, cuyas órganos sexuales están atrofiados, provocándole la muerte en medio de atroces dolores. Y los ejemplos continúan en el libro.
Mina Harker, uno de los personajes femeninos de la novela Drácula de Stoker, dijo: “El conde es del tipo criminal y como criminal tiene una mente deforme”. Esta es la segunda gran inspiración de Lombroso que la tuvo al examinar a otro bandido, Misdea. Encontróque tenía un antecedente de epilepsia y sólo por eso asoció esa enfermedad con la delincuencia.
La epilepsia, a su criterio, favorece la acción de las tendencias primitivas. Esta falacia le hizo un daño muy grande a quienes padecen de epilepsia. En otro trabajo, se aventura a decir que los hombres geniales tienen síntomas de alteración mental. Si tales cosas pensaba Lombroso sobre el varón criminal, de la mujer decía: “La mujer normal tiene muchos caracteres que la aproximan al salvaje y por consecuencia al delincuente (irascibilidad, vengativa, celosa, vanidosa)”. Y a las prostitutas las compara directamente con los monos.
Stephen Jay Gould, que fuera presidente de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, afirmaba que Lombroso no escapaba a los aires racistas de su tiempo pues identificaba la conducta criminal como la conducta normal de los grupos inferiores.
Hubo jueces y policías que consideraron su tesis como una justificación para emplear una técnica de investigación: la de detener, frente a cualquier delito con autor desconocido, a “los sospechosos de siempre”, pertenecientes a las clases menos influyentes, o, al revés, más desfavorecidas. |
Los estudios de Lombroso en el museo que lleva su nombre en Turín, Italia :
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Criminales natos incorregibles
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El médico-antropólogo debía reconocer que había delitos cometidos por personas normales, sin estigmas en su cuerpo. Y porque eran normales, es decir corregibles, hasta se los podía perdonar por más grave que fuera su delito. En cambio, como los criminales natos inspiraban temor, eran incorregibles o necesitaban largos tratamientos, recomendaba que, frente a la mínima falta, se los encerrara por tiempo indeterminado o se los castigara con duchas frías y trabajos penosos.
En los momentos de gloria. Lombroso viajó mucho y en una de sus salidas de Italia tuvo un encuentro singular. En Moscú, fue invitado, para desagrado del anfitrión, a visitar al gran escritor León Tolstoi, autor, entre otras obras clásicas, de La Guerra y la Paz.
Tolstoi estaba convencido que Lombroso lo consideraría loco y lo miraban de soslayo. Al despedirse, el ruso se quedó pensando que el gran error de Lombroso era eludir la cuestión básica de las profundas transformaciones sociales que influían sobre la conducta humana; el italiano, se fue creído que Tolstoi era loco o criminal nato.
Sus biógrafos y familiares han dicho que Lombroso era ciclotímico, capaz de grandes entusiasmos y enseguida fuertes depresiones. Así vivió la época gloriosa de su teoría, de fue de 1878 a 1888, y así vivió los años posteriores de las críticas a sus ideas, que terminaron desacreditándolas por completo.
Jamás se ha demostrado, según los científicos modernos, la existencia del criminal nato, ni anatómica ni genéticamente. Las pruebas de Lombroso fueron tachadas de ridículas, fruto de su imaginación y no de datos reales, porque a lo sumo una nariz muy puntiaguda o un brazo más largo o más corto, son variaciones extremas dentro de una curva normal.
Sobre el final de su vida, Lombroso se volcó al espiritismo. El 19 de octubre de 1909, terminó de retocar el prólogo de un libro sobre la materia y se fue a acostar. Murió mientras dormía. Al hombre que fundó la antropología criminal, hoy archivada, le faltaban pocos días para cumplir 74 años.
Fuente: Todo Noticias |
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